viernes, 26 de octubre de 2012

Mi aventura de ser docente



La docencia, como opción, jugó desde temprana edad, un papel importante en mi vida.  No sé si fue vocación, pero escuchar a mi madre repetir con frecuencia que “sería maestra, como mis tías”; recibir, por parte de una bellísima maestra de quinto año de primaria la información en torno a que el magisterio era una carrera corta, muy económica, y que ofrecía trabajo seguro y permanente, y la pobreza de oportunidades en mi medio social, cultural y económico fueron, seguramente, los motores de la elección.
Sin mucha conciencia aún, ingresé a la escuela Normal Primaria del BINE, de la cual egresé con muchas dudas, y sólo dos certezas. La primera: trabajar con empeño para lograr que mis alumnos aprendieran cosas útiles, que después les servirían para tener un mejor futuro. La segunda: no sería con mis alumnos como mis maestros fueron conmigo.
Estas dos certezas, a lo largo del tiempo, se convirtieron en motivo de reflexión en torno a lo poco significativo de los enciclopédicos programas de estudio de las escuelas normales, por una parte y, por la otra, de lo anquilosado de las prácticas pedagógicas que, en muchos casos, prevalecen hasta estos días, y de las cuáles fui objeto durante mis, para entonces, ya muchos años de escolaridad.
Mi primer año de trabajo (1984), entonces, parecía perfilarse como un gran laboratorio: no sabía mucho de didáctica, tampoco de psicología infantil, y mucho menos de la forma en que las personas (en especial los niños) aprendemos. Huelga decir que los avances científicos estaban muy alejados de los programas de las normales y que, carente de herramientas para la investigación, no hice gran cosa para sustentar mi práctica. De tal modo, no estuve exenta de dudas y angustias antes de mi adscripción, ganada, por vez primera en la historia del magisterio, a través de un examen de oposición.
Por fortuna, como resultado de un minucioso proceso de selección (eso lo sabríamos después), fui elegida para formar parte de un grupo que se capacitaría por espacio de un mes, en Pachuca, Hidalgo, para desempeñarme como Maestra de Actividades Culturales (MAC), en un nuevo Proyecto de la SEP Federal, el Plan de Actividades Culturales de Apoyo a la Educación Primaria. Ahí tuve la oportunidad de desaprender muchas de las cosas que había aprendido en la normal, y construir nuevos esquemas. El trabajo que desarrollaría durante un año en una escuela de la ciudad de Atlixco, se fundamentaba en la elaboración y desarrollo de proyectos conjuntamente con alumnos de 5° y 6°. La formación permanente durante ese año de trabajo me posibilitó el desarrollo de nuevos esquemas de aprendizaje. Cuando, al siguiente ciclo escolar me incorporé como maestra de grupo de primer año, ya contaba con muchísimos elementos didácticos para el trabajo con los alumnos.
De forma paralela, un siguiente paso enriqueció mis saberes docentes, elegí estudiar, en la Universidad Autónoma de Tlaxcala, la licenciatura en educación especial que, vale la pena decirlo, por cobardía nunca ejercí. Los múltiples conocimientos de psicología infantil, neurociencia, filosofía y anatomía, entre otros, me dieron la posibilidad de incorporar en mi práctica nuevos elementos metodológicos. Fue en la universidad donde, por primera vez, escuché del constructivismo y del proceso de adquisición de la lengua escrita, lo cual pareció providencial, pues comencé a ver, en mis pequeños alumnos, signos inequívocos de su tránsito hacia el aprendizaje de la lectura y la escritura.
Pero mi natural inquietud y la necesidad de acercarme a la ciudad de Puebla, pues para ese entonces ya trabajaba en una escuela de trabajo social, donde impartía las materias de psicología, psiquiatría y psicología infantil, me hicieron cambiarme de escuela. La fortuna pareció sonreírme de nuevo. En el grupo al que llegué se trabajaba con la Implantación de la Propuesta para el Aprendizaje de la Lectura y la escritura (IPALE). Así, tras asumir la responsabilidad de trabajar con la propuesta, tuve la necesidad de asistir a los talleres que integraron a mi formación muchas más estrategias. El trabajo con los niños se convirtió en un placer, pero aún había cosas que con mis conocimientos no lograba resolver. Eso me hizo sentir la necesidad de buscar más información y leer lo que hasta entonces se había publicado en el tema.
Una visita de la Coordinadora Técnico Operativa Estatal del IPALE -la querida maestra Martha Aquino Sánchez- a mi grupo definió un nuevo rumbo. La evaluación que la maestra y su equipo de trabajo aplicaron a mi grupo, y el comparativo con el grupo paralelo valieron la invitación a formar parte del equipo de asesores del proyecto. Aún con mucho miedo acepté el reto, a sabiendas que estar en un grupo académico a nivel estatal, sería una fortaleza para mi profesión. Así aprendí de los mejores, pues vale la pena mencionar que, a través de las gestiones de la coordinación, pero también del propio equipo (como en muchas otras ocasiones tuvimos que pagar de nuestro propio recurso), logramos tener trayectos formativos con Margarita Gómez Palacio Muñoz, Beatriz Rodríguez, Alejandra Pellicer, etc., para el área de español y David Block, Irma Fuenlabrada, etc., para el área de matemáticas, pues para entonces, a la propuesta se había añadido la metodología para la enseñanza de la matemática (PALEM).
En el campo de la formación todo era excelente, pero el trabajo era difícil. Los viejos esquemas de los profesores, así como los vicios de su formación inicial hacían que sólo unos cuántos aceptaran las asesorías ofertadas y, quienes lo hacían, muchas veces aprovechaban nuestra presencia (que tenía la intención del acompañamiento pedagógico) para a resolver asuntos de carácter administrativo dentro y fuera del salón, salir a platicar, tomar sus alimentos e incluso resolver cosas personales fuera de la escuela (interesante tema el de la cultura docente).
Cuando el proyecto se transformó en el Programa Nacional para el Fortalecimiento de la Enseñanza de la Lectura y la Escritura (PRONALEES), las políticas de formación continua de docentes, ya apoyaban nuestra labor, sin embargo, si bien se comenzaba a notar cierto cambio en el discurso, las prácticas de enseñanza seguían basadas en el tradicionalismo o en el conductismo y, en otros casos, no sé si mejores o peores, una mezcla de propuestas e inventos personales de los y las compañeras.
En ese momento se presentó una oportunidad para estudiar la Maestría en Educación campo Formación Docente en el ámbito Regional, ofertada por la UPN, estudio que me permitió, con base en las experiencias vividas en la asesoría, profundizar más en el campo en el que me desempeñaba.
Siento, sin embargo, que las expectativas del sistema educativo en torno a las personas cuya formación promueve, no alcanzan a mover las estructuras. Volví a la docencia en un grupo de primaria.
Valió la pena, pues todos los conocimientos que había adquirido y que, más o menos impactaron en aquellos profesores y profesoras a quienes asesoré, hicieron de los alumnos y alumnas que atendí en esos años, personas pensantes, críticas y, sobre todo, con un enorme gusto por la lectura. A la fecha, sé que varios de ellos (casi todos en edad universitaria) siguen estudiando con éxito, y también sé que son lectores asiduos.
El retorno al origen me permitió ver cosas muy valiosas: el papel del maestro es fundamental para el aprendizaje (por muchos avances tecnológicos, no hay como la presencia del docente); una adecuada intervención pedagógica define, para bien, el futuro académico de los alumnos (y viceversa); el afecto en la relación maestro alumno (cuando menos en las primeras etapas de la escolaridad) es un elemento indispensable para la creación de ambientes de aprendizaje favorables; la presencia de materiales de lectura, interesantes y diversos, desarrollan en los y las estudiantes, diversas competencias; entre otras.
Nuevamente la inquietud. Recibí la propuesta de incorporarme al equipo académico de la Dirección de Apoyo a la Gestión Escolar y Promoción de la Calidad, que acepté con mucho gusto, sin embargo, por azares del destino y de la “silla equivocada”, anécdota que me hace reír mucho, y que quizás más adelante pueda compartir, poco a poco me hice cargo de la Coordinación Estatal del Programa Nacional de Lectura, labor que desempeñé desde 2005 hasta mediados de 2012, y en la que pude percibir las enormes carencias que tengo en asuntos de gestión, administración y liderazgo.
Aunque en el estado se perciben avances en los términos de instalación y uso educativo de los acervos, incremento de las condiciones de disponibilidad y accesibilidad de los acervos, participación de padres de familia en acciones de lectura dentro y fuera de la escuela, vinculación escuela-sociedad en el ámbito de la lectura y formación de redes escolares, municipales, e incluso regionales y estatales, aún creo que falta mucho por hacer.
No sé si lo que hice en la coordinación del programa tuvo que ver con la gestión (aunque sí sé que con el corazón), pero estoy cierta que algunos aciertos en la coordinación consistieron en  hacer alianzas estratégicas dentro y fuera de la Secretaría; establecer relaciones totalmente abiertas y horizontales con las figuras educativas de los diversos niveles; la constante búsqueda de espacios formativos y de calidad; desescolarizar y desacralizar la lectura; la búsqueda de temas cruciales para el estudio de los temas de lectura y la complicidad con la gente más comprometida con el trabajo.
También tuve errores que, seguramente, tienen que ver con la ignorancia de los temas relevantes de la gestión, pues la estructura parece olvidar que los docentes de profesión conocemos la parte teórica y metodológica de nuestro objeto de estudio, y que las decisiones políticas que se tienen que tomar a nivel de cargos académicos o directivos son sustancialmente distintas, por lo que se requiere de una formación mínima de otra índole.
Es por ello, básicamente, por lo que decidí ingresar a la maestría que cursamos, aunque comparto con mis compañeros y compañeras las angustias de todos los días: la excesiva carga de trabajo que implica la coordinación, las múltiples actividades fuera de la ciudad, e incluso del estado, que merman nuestras posibilidades de participación, la carencia de personal de apoyo a nuestra labor y la exigencia de requerimientos administrativos que implican el empleo de tiempos extras. Todo ello posible veta de análisis entre los propios temas de la maestría.
A pesar de lo anterior, me siento muy contenta con lo que hice y, por supuesto, fuera de la coordinación, seguiré haciendo. Mi pasión por la lectura me dice que voy en el camino correcto, que los y las estudiantes requieren lograr una cultura lectora que les permita desarrollar, en un corto plazo, procesos superiores de pensamiento y les haga enfrentar de manera consciente, crítica y reflexiva, los retos sociales, laborales, económicos, culturales y afectivos que se presentan en este mundo cada vez más complejo, para tener, como personas, el derecho legítimo a una mejor calidad de vida.
Un reto más, no un reto laboral, un reto humano.



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