Los términos enseñar y aprender son fundamentales en nuestra
profesión, sin embargo, no siempre los docentes tenemos la posibilidad de
profundizar en su significado. Es más, todavía en el siglo pasado, se emplearon
como sinónimos de transmitir y recibir contenidos de una forma mecánica y
pasiva desde ambas posturas (el que enseña y el que aprende). Los métodos de
enseñanza empleados entonces evidencian la concepción de un estudiante único e
idéntico, y a los contenidos como incuestionables y definitivos.
Desde esa concepción educativa no resulta extraño que se
buscara, como evidencia de aprendizaje, que los y las estudiantes reprodujeran
(por diversos medios) lo más fielmente posible aquello que habían aprendido
(memorizado), y que el más exitoso en la escuela fuera quien demostrara una
gran capacidad de retención de la información obtenida.
En ese sentido los exámenes y pruebas estandarizadas eran
una poderosa herramienta para medir la cantidad de información que el alumno
poseía.
Sin embargo, a través del tiempo se ha demostrado que los
procesos de enseñar y aprender son altamente complejos, y que en ellos
intervienen un sinnúmero de factores que les definen.
En la actual reforma educativa mexicana, como ya se ha
mencionado en forma abundante, la propuesta, o mejor dicho la apuesta, cuando
menos en el discurso, es el desarrollo de competencias para la vida en los y
las estudiantes desde la educación básica. El salto cualitativo es dejar de
pensar en el aprendizaje desde una perspectiva instrumental y concebirlo con un
enfoque holístico.
Desde esta mirada, la persona aprende en un contexto
particular que determina sus valores, actitudes, conocimientos previos y
experiencias vividas. Por otra parte, cada individuo pone en juego sus afectos
y pasiones, su razón y hasta su sinrazón en el acto de aprender y, en consecuencia,
puede interpretar, inferir y realizar operaciones mentales complejas
dependiendo de la cantidad de esquemas mentales formados a través de su
relación con lo que le rodea y su propia cosmovisión.
Lo anterior hace prácticamente imposible que una persona aprenda
de manera idéntica a cualquier otra, y más aún, que sus intereses se centren en
las mismas cuestiones que los demás, aunque éstos sean muy cercanos a su
contexto.
El reto del profesor será, entonces, proponer situaciones
que hagan un contenido interesante para sus alumnos, y formas de acercamiento
diversas considerando sus individualidades para que cada uno de ellos le
aprehendan desde sus propios esquemas.
Aquí empieza a parecer ilógico todo intento por
estandarizar. Un programa arbitrario y basado en contenidos secuenciados deja
de tener sentido para quienes aprenden; con mayor razón su presentación de una
manera árida y carente de significados.
Consecuentemente una evaluación de las mismas
características, es decir, que privilegie el contenido y que mida de igual
manera a los estudiantes sin importar su personalidad, no puede dar cuenta de
lo que hayan incorporado a su bagaje (quizás en este sentido no pueda hablarse
de aprendizajes), y mucho menos de sus competencias.
Pruebas estandarizadas, como enlace o excale, son, desde
esta perspectiva, instrumentos que no solo lesionan a los estudiantes, sino que
nunca darán cuenta de los resultados educativos, si se quieren apreciar en
términos de la capacidad del ser humano para enfrentar situaciones de vida en
contextos múltiples. Será una enorme tarea para el sistema educativo la
búsqueda de una forma de evaluación cingruente con los postulados teóricos y
metodológicos que propone.
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