martes, 6 de noviembre de 2012

¿Es el aprendizaje algo tan trivial que se puede observar y medir con base en unas simples preguntas a propósito de unos contenidos cualesquiera?



Los términos enseñar y aprender son fundamentales en nuestra profesión, sin embargo, no siempre los docentes tenemos la posibilidad de profundizar en su significado. Es más, todavía en el siglo pasado, se emplearon como sinónimos de transmitir y recibir contenidos de una forma mecánica y pasiva desde ambas posturas (el que enseña y el que aprende). Los métodos de enseñanza empleados entonces evidencian la concepción de un estudiante único e idéntico, y a los contenidos como incuestionables y definitivos.
Desde esa concepción educativa no resulta extraño que se buscara, como evidencia de aprendizaje, que los y las estudiantes reprodujeran (por diversos medios) lo más fielmente posible aquello que habían aprendido (memorizado), y que el más exitoso en la escuela fuera quien demostrara una gran capacidad de retención de la información obtenida.
En ese sentido los exámenes y pruebas estandarizadas eran una poderosa herramienta para medir la cantidad de información que el alumno poseía.
Sin embargo, a través del tiempo se ha demostrado que los procesos de enseñar y aprender son altamente complejos, y que en ellos intervienen un sinnúmero de factores que les definen.
En la actual reforma educativa mexicana, como ya se ha mencionado en forma abundante, la propuesta, o mejor dicho la apuesta, cuando menos en el discurso, es el desarrollo de competencias para la vida en los y las estudiantes desde la educación básica. El salto cualitativo es dejar de pensar en el aprendizaje desde una perspectiva instrumental y concebirlo con un enfoque holístico.
Desde esta mirada, la persona aprende en un contexto particular que determina sus valores, actitudes, conocimientos previos y experiencias vividas. Por otra parte, cada individuo pone en juego sus afectos y pasiones, su razón y hasta su sinrazón en el acto de aprender y, en consecuencia, puede interpretar, inferir y realizar operaciones mentales complejas dependiendo de la cantidad de esquemas mentales formados a través de su relación con lo que le rodea y su propia cosmovisión.
Lo anterior hace prácticamente imposible que una persona aprenda de manera idéntica a cualquier otra, y más aún, que sus intereses se centren en las mismas cuestiones que los demás, aunque éstos sean muy cercanos a su contexto.
El reto del profesor será, entonces, proponer situaciones que hagan un contenido interesante para sus alumnos, y formas de acercamiento diversas considerando sus individualidades para que cada uno de ellos le aprehendan desde sus propios esquemas.
Aquí empieza a parecer ilógico todo intento por estandarizar. Un programa arbitrario y basado en contenidos secuenciados deja de tener sentido para quienes aprenden; con mayor razón su presentación de una manera árida y carente de significados.
Consecuentemente una evaluación de las mismas características, es decir, que privilegie el contenido y que mida de igual manera a los estudiantes sin importar su personalidad, no puede dar cuenta de lo que hayan incorporado a su bagaje (quizás en este sentido no pueda hablarse de aprendizajes), y mucho menos de sus competencias.
Pruebas estandarizadas, como enlace o excale, son, desde esta perspectiva, instrumentos que no solo lesionan a los estudiantes, sino que nunca darán cuenta de los resultados educativos, si se quieren apreciar en términos de la capacidad del ser humano para enfrentar situaciones de vida en contextos múltiples. Será una enorme tarea para el sistema educativo la búsqueda de una forma de evaluación cingruente con los postulados teóricos y metodológicos que propone.

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